miércoles, 23 de enero de 2008

HORACIO C. ROSSI EN LA TERRAZA....




Á R B O L



Había una vez un árbol crecido en las mañanas.
Se alimentó de gracia celeste y de violín.
Doró su labio seibo con sones de campana.
Juntó fresnos y robles en ronda sin confín…

En los vientos que tuvo sobre su primer verde
Bebió las excelencias pasadas, siempre en flor.
Y era, todo el futuro, juego en que nadie pierde,
Y que tiene, seguros, los frutos del amor…

Nutrió su maderita risueña con almejas
Hasta oler en el viento certidumbre de mar,
Y corrió por las calles como la primavera.
Terminó con premura su tiempo de esperar…

Cuando tronó la muerte su imperio poderoso
Sorprendiendo la tierna fascinación de paz
Del arbolito lindo, hubo un gesto furioso
Del dolor de la tierra. Y huibo llanto de más…

Una fe obligatoria lo ciñó a una tormenta
Fabricada en la casa del infierno de Añá….
Apenas unas briznas zafaron por la lenta
Mediación, más serena, y azul, del buen Tupá…

Desperdigadas voces, con temor en las caras,
Amargas y dolidas las almas sin reposo…
Se posaron, muy lentas, reabriendo sus miradas,
Para que verdeciera, de nuevo, el árbol mozo…

Hoy parece que amaina, que escampa, que regresa,
Sobre el sur, un celaje con aromas de aurora…
Y en el beso sagrado de la naturaleza
El arbolito arde su canto sin deshora…

Canto dificultoso, que enseguida se aclara,
A medida que el tiempo cicatriza la herida:
Y parece que el árbol entero respirara,
Nuevamente habitado por las voces de vida…

El árbol que persiste, que insiste, quiere, y puede
Sembrar, de todos modos, su semilla en el viento…
Con la ayuda preciosa de esos pájaros leves
Que consuelan memoria y empluman sentimiento…

El árbol va teniendo sus ramas habitables:
Los pájaros lo premian posándose en confianza…
Y, entonces, danzan juntos, al sur del Sol, amables,
Agradecidamente… ¡fundando la Esperanza !...


A B R A Z O


En la niebla que azota nuestra patria en silencio
Escribo las lecciones que me regala el clima,
Mientras la azul mirada del cielo diferencio
De la cruda miseria que nos rebota encima…

Voraz miseria adrede, que quiere que olvidemos
Nuestro común tesoro, que suena su campana,
Llamando todo el día, diciendo que esperemos:
Que, siempre, tras la noche, asoma la mañana…

Y la fea señora que nos clava su diente
Nos ordena que odiemos, que matemos ordena.
Que no reconozcamos al pueblo entre la gente:
Ese tesoro intacto. Esa fruta serena…

Pero la azul mirada del cielo canta firme,
Y prosigue diciendo: hombre amigo y hermano:
Mujer, mi compañera… No para de decirme
Su voz un claro canto, fraterno y cotidiano…

No para de dictarme, la voz, este poema
En que ya queda escrita la sola persistencia
Afuera de la muerte. Y, para que no tema,
Me adelanta el consuelo de su frutal presencia…

Comunico su gracia con lámparas de fiesta.
Canto, en la vieja rima del verso castellano,
repitiendo la misma cotidiana respuesta
que, ya más de mil años, ronda de mano en mano…

Hoy mete mucho miedo la maldita señora.
Pero sigue la tierra, por su boca marrón,
Besándonos con frondas que sostienen la aurora
Donde, encordado, el viento canta nuestra canción…

En la niebla que azota nuestro callado suelo
La fiel naturaleza suena su firme canto.
Que nos habla de lenta paciencia. Y de consuelo:
Que prevaleceremos, desde todo el espanto…

Que prevaleceremos a las obscuridades,
Con la lámpara sola de la luz verdadera.
Que, tras el amasijo de las adversidades,
Danzando, inexorable, está la vida, entera…

Andando con el sol y con la luna andando…
De la misma substancia feliz del mar y el río…
Caminando la sierra, la pampa, caminando…
Sirviendo al canto nuestro con este canto mío…

Y la fea señora no tiene más remedio
Que llevar su deshora a su casa de tumba.
Y el aire puro ocupa lo que fuera hastío y tedio
Y temor. Y prepara la palabra que zumba…

Y prepara la mesa para el azul festejo…
Tarareando los nombres de los que han partido:
Con la siembra, sin sombra, de su dulce reflejo,
Dispone las rodajas del pan tan merecido…

Es verdad. Me lo dicta la noche sur del viento.
Y es rocío de harina lo que a mi verso llevo:
Palabra que no miente: maduro sentimiento:
Herencia impostergable, para el profeta nuevo…

Con las voces licuadas por el tiempo igualante,
Avisa, fuertemente, que en el pan es de día.
Que es destino preciso de todo sol fragante
Llegar al desayuno de nuestra compañía…

En el pan es de día, como es azul el cielo.
Como que estamos juntos, es que floreceremos.
Por la paz conseguida zafaremos del duelo:
Nuestra sera la dicha que tánto merecemos…

Porque hemos persistido – y persistiendo estamos.
Porque, de nuestra boca, no se ha borrado el canto.
Y es ley del infinito recibir lo que damos:
Se sustentará el hijo, de lo sembrado en llanto…

Se sabe que es difícil, todo este día presente.
Llegar limpio al final de la jornada, es duro.
Pero es inevitable que, el corazón valiente,
Atraque su piragua en el puerto seguro…

La luz nocturna dicta. Yo, solamente, escribo.
Será poema, si sientes mi corazón sincero
Anotar, obediente, el canto que recibo.
Nada más. Y abrazarte es todo lo que espero…

He pasado la noche colectiva escribiendo.
Labrando las palabras del verso castellano.
Ahora, reinauguro lo que he estado diciendo,
En la común medida del corazón humano….

Vuelvo a escribir en verso mi letra, insuficiente,
Que, ritmada al latido general, descalabra
Tánto terror gratuito, tánto golpe indecente:
Deseando solamente quedara una palabra...

¡Ah, sí, la tan hermosa, la palabra: consuelo!
Esa que significa compartir soledad…
Con la que logra, el canto, uncir la tierra al cielo:
¡Fruta, para el hermano, la flor de nuestra edad!

¡Mujer, mi compañera, amigo: estamos juntos…
Este nuestro estar juntos ya de todo nos salva!…

¡De amorosa memoria, naceremos los mundos
Que nos tiene, ya, prestos, la estrella sur del alba!…


Horacio C. Rossi

(de “Mainumbý” – 1984)

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