lunes, 24 de agosto de 2009

Carta inédita de Cortázar A los cronopios de la acción


Por Julio Cortázar

En febrero de 1964 un grupo de escritores latinoamericanos se reunió en Ciudad de México para celebrar una reunión "cronopia". Julio Cortázar no pudo asistir pero envió la siguiente carta:

Nada puede parecerme más ominoso que una reunión de cronopios poetas y artistas. La sola y siniestra idea es comparable a la mañana en que los campesinos de Bustedville, Nevada, vieron llegar a un caballo sin jinete, con un mensaje atado a un estribo: las langostas habían aprendido a pensar y avanzaban estratégicamente, comiéndose a los hombres en vez de las plantas de maíz. Pero también, mensaje por mensaje, acordémonos de la botella vomitada por el mar en las playas de Dubrovnik en agosto de 1865, con su inscripción bordada en un guante de mujer: "Estoy tan solo, tan lejos, tan alto".

Dados esos antecedentes, toda aglomeración de cronopios me parece digna de sospecha. ¡Cuidado con los poetas que muerden! ¡Cuidado con los artistas que transforman! Ya se han visto sus intenciones en el volante teñido de rosa ingenuo que han distribuido profusamente y donde anuncian: "Cerrojos caídos y puertas abiertas". ¡Cerrojos caídos y puertas abiertas! ¿Pero qué va a ser de nosotros, doctor Gómez? ¡Ay, vaya uno a saber, señora Rodríguez!

En vista de todo lo cual, mi indignada aportación a este nefasto primer encuentro de la Acción Poética Interamericana es la siguiente: Cronopios de la tierra americana, muestren sin vacilar la hilacha. Abran las puertas como las abren los elefantes distraídos, ahoguen en ríos de carcajadas toda tentativa de discurso académico, de estatuto con artículos de I a XXX, de organización pacificadora. Háganse odiar minuciosamente por los cerrajeros, echen toneladas de azúcar en las salinas del llanto y estropeen todas las azucareras de la complacencia con el puñadito subrepticio de la sal parricida.

El mundo será de los cronopios o no será, aunque me cueste decirlo porque nada me parece más desagradable que saludarlos hoy cuando en realidad me resultan profundamente sospechosos, corrosivos y agitados. Por todo lo cual aquí va un gran abrazo, como le dijo el pulpo a su inminente almuerzo.

París, 1964

Cuento de película

Un viejo caserón alberga a una numerosa familia encabezada por una madre enferma a la que todos, desde sus hijos hasta sus criadas, cubren de amorosas atenciones. Desde su cama ella dirige todo y trata de ocultar sus preferencias por Pablo, uno de sus vástagos, al que le apasiona la música clásica y es ya casi un virtuoso del violín. Un día, Pablo decide, a invitación de su profesor, trasladarse a París.

La madre le hace prometer que siempre le escribirá, pero las cartas no llegan. Jorge y Nora entonces comienzan a inventar misivas, tarjetas postales, dibujos y regalos para hacerle creer que Pablo está triunfando.

El tiempo pasa y los dos hermanos continúan engañando a su madre, pero aquellos años de bonanza ya se están quebrando, pues el comercio de venta de sombreros atendido por otro de sus hijos está al borde de la bancarrota y comenzará entonces a desmembrarse todo ese micromundo. La casa va siendo desmantelada para que ese sueño de la madre pueda proseguir sin fisuras. Inspirado en un cuento de Julio Cortázar, al que aquí el director y guionista Diego Sabanés intercaló otros relatos de ese escritor, el filme es un cálido y amargo retrato de ese grupo en vías de extinción. “Mentiras piadosas” recrea ese clima entre cálido y fantasmal de toda la obra literaria de Julio Cortázar.


FUENTE: EL NUEVO SIGLO
PERIÓDICO DE BOGOTÁ, COLOMBIA
ELNUEVOSIGLO.COM

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