lunes, 13 de junio de 2011

Norma Morandini, escritora, periodista y senadora nacional por la Pcia. de Córdoba( Argentina): 'EL HAREN" un libro más que interesante.



El camino que un hombre toma para volver a sí mismo es un regreso de su exilio espiritual, porque eso es la suma de una vida: un exilio. Saul Bellow


¿Por qué este libro? Un abuelo nacido en el Líbano y el hábito del “quebbe” a la mesa ya bastarían para explicar el intento. El camino hacia las profundidades es siempre un encuentro con los otros: “Los secretos se revelan fácilmente a quien sabe levantar el velo ligero. Aquel que no sabe cómo está hecho el nudo no podrá deshacerlo; aquel que sabe, podrá tejer con los nudos grandes redes”, escribió Averroes, el filósofo árabe andaluz del siglo XII.

Y como de velos se trata, apenas pretendo desentrañar la hechura del nudo de la identidad, la propia y la ajena. Ese enmarañado de hilos, texturas y colores que aprisionan y, a veces, distorsionan nuestras ideas como personas o como país.

La figura de Carlos Menem, un musulmán convertido al cristianismo, es un hecho histórico que justifica cualquier aventura intelectual para analizar su impacto en la política argentina de las últimas décadas del fin del siglo. Reducirlo a su condición de árabe es una forma de empobrecer su análisis. Cada vez que leía o escuchaba simplificaciones como “y… es un árabe, si no te besa la mano, te la muerde”, “es un encantador de serpientes” o “es un turco”, confieso que me sonaban a explicaciones prejuiciosas. Aun cuando Menem, al gobernar, muchas veces estimuló el preconcepto de que “todo árabe es un truhán”, el juicio anticipado de los otros despertó los míos, los que desde la universidad me hicieron sospechar que ser árabe en la Argentina no era bien visto por la cultura oficial, cristiana y europeizada.

Con esas intuiciones y las sospechas de exotismo y extrañeza en torno a la cultura de mi abuelo materno, me lancé a investigar sobre los árabes en la Argentina: los “turcos”, mal llamados con el nombre de sus opresores y cuyo error, como un pecado de origen, simboliza la ignorancia y el equívoco de identidad que busco entender. Fue una aventura fascinante. Un camino de dos manos: el que me acercó a la infancia, los recuerdos de familia, sus secretos, las historias de mujeres y mi rebeldía adolescente contra esa cultura que, en las euforias ideológicas de los setenta, se me antojaba machista, conservadora, atrasada.

Y en el otro sentido, al indagar sobre la historia de la inmigración, la participación de los árabes en la política, especialmente en el peronismo, fui descubriendo personajes, historias, lecturas que me desafiaron todo el tiempo y me obligaron a ser rigurosa para no caer, yo misma, en aquello que me desvela: el prejuicio.

¿Qué es ser árabe? ¿Una condición, un destino, una marca, un accidente? ¿Quiénes son los árabes en este fin de siglo amenazado por los fundamentalismos, con un mundo occidental que teme al Islam como se lo temió en el Medioevo? ¿Qué es ser árabe en la Argentina post AMIA, institución víctima del mayor atentado a una comunidad judía después de la Segunda Guerra Mundial, que sutilmente resquebrajó la hermandad de árabes y judíos? Llegaron juntos a mediados del siglo pasado, compartieron comida y mortaja y, desde el inicio, fundaron juntos las primeras instituciones de sirios y libaneses en la Argentina.

¿Qué tenían que ver esos ancianos sabios, tolerantes, emprendedores, que con su valijita de “mercachifle” hicieron huellas y fortuna, con los otros, los que surgieron junto al gobierno de Menem, asociados al escándalo?

¿Qué tienen en común Víctor Massuh y Alberto Samid, Alfredo Yabrán y Miguel Angel Estrella, Zulma Faiad y Zulema Yoma, Envar El Kadre y Mohamed Alí Seneildin, a no ser los nombres que remiten a una tierra lejana, ajena y mal nombrada como “siriolibanesa”, como si fuese un mismo país y no la denominación con la que surgieron las primeras instituciones, mezcla de club y mutuales que, a falta de embajadas, en el inicio de siglo, congregaron a estos recién llegados? Una inmigración menos deseada que la que proclamaban los mentores de un país más blanco, con la piel y los ojos claros de laboriosos granjeros llegados de Europa. Y no esos “turcos” exóticos, registrados en los documentos de migraciones bajo el genérico nombre de “asiáticos”.

Desde el comienzo, entendí que para responder a estas preguntas no alcanzaba con conocer sus historias de vida. Si no me acercaba al espíritu de una cultura trasplantada, cómo podía entender el comportamiento de hombres y mujeres cuya documentación era argentina y, sin embargo, eran vistos como extraños o ajenos. Antes tuve que conocer la historia de los árabes, su lógica, sus creencias y religión para poder entender las historias de vida repetidas en el desarraigo, y la venta ambulante, la actividad primera de los que llegaron a la Argentina. Afortunados o no, todos los sirios o libaneses que se radicaron en nuestro país caminaron junto a las vías, se internaron en la pampa, merodearon las estancias para vender o cambiar sus baratijas por cuero, azúcar y yerba por pieles y plumas. Muchas fortunas nacieron de ese menudeo y los “turcos ambulantes” se tornaron anécdotas o historia. Como la casi ignorada matanza de unos 80 árabes en la Patagonia, en los inicios del siglo, muertos a manos de una bandolera, hechicera, que utilizaba los corazones de los muertos como gualichos para conjurar males y pesares.

Sin la ayuda de la investigación de terceros, libros o especialistas, mal podría haber seguido mis intuiciones para descartarlas o confirmarlas. Ellos me dieron los hilos y el telar para armar mi propia red.

Otros, quiero creer que de buena fe, me aconsejaron desistir de mi intento. “No te metas con los árabes, son vengativos”, me dijeron unos. “Cuidado con los judíos, son muy poderosos”, me dijeron otros. Y ambos consejos, fiel muestra de la visión conspirativa que siempre ve razones ocultas o inconfesadas detrás de las acciones humanas, me advirtieron sobre la falta de tolerancia y pluralismo que domina nuestra vida política y cultural.

¿Por qué elegí a Zulema Yoma, Mohamed Alí Seineldín y Carlos Menem? Los tres creen que la vida sigue infalible un sendero indeleble: el destino, la idea más fuerte del Islam. Y al que deben subordinarse con paciencia y resignación. Pero los tres creen que el destino les reservó un lugar diferenciado, de elegidos.

Provincianos, hijos de árabes, los tres ejercieron su poder en la Capital. Hijos de padres severos que unieron distancias con su valijita de ambulantes, los tres adhirieron al peronismo y exhiben un ideario político simple de lealtades y traiciones, las palabras que aplican tanto a la vida como a la política.

Porque perdió su poder, podemos preguntar qué habría sucedido en la Argentina si las Fuerzas Armadas fuesen comandadas por un general druso, llamado Mohamed Alí Seineldín, nieto de un sheij del Líbano, que nació en Entre Ríos.

Zulema fue despojada de su función de Primera Dama pero adquirió un nuevo poder, el de una madre en duelo. Carlos Menem, el presidente de una república democrática, acumuló el poder de un sultán. Elegí la palabra “harén” -el lugar donde el hombre árabe protege a su familia- no en el sentido de la fantasía occidental que confunde el harén con los lujosos palacios imperiales de odaliscas y esclavos de Las Mil y Una Noches, sino como metáfora de Estado.

Este libro no es contra nadie. Es tan sólo un intento personal para conocer y entender los destinos individuales, cómo se construye una vida. ¿Por qué con los mismos elementos, unos se hacen sabios y otros, miserables?

Como creo que somos lo que miramos, busco en el desarraigo ajeno las razones de mi propia extranjería. Cada entrevistado me interesó como un destino individual, y la mayoría se entregó de manera generosa.

Y las preguntas son mi vicio profesional. Las que me guiaron y obsesionaron a lo largo de la investigación. Es probable que si no tuviera un abuelo libanés, una madre criada dentro de un grupo familiar protector, con patriarcas y prohibiciones, tías casadas y solteronas, sacrificadas unas por los maridos, otras, por los hermanos, mis observaciones y conclusiones hubiesen sido diferentes. Desatar mis nudos, a la edad en la que los seres humanos comenzamos a caminar hacia los despojos, me permitió tejer mi propia red: no me siento “paisana”. Sólo una mujer, nacida en la Argentina, hecha de varias madejas. Como todos.


fuente: http://www.normamorandini.com.ar/?p=937

1 comentario:

Anónimo dijo...

UN HONOR PASAR POR TU BLOG. DESDE EL PLATEADO JAÉN UN ABRAZO