lunes, 11 de junio de 2012

DESDE MEXICO: LILIANA V. BLUM, TALENTOSA Y JOVEN ESCRITORA NOS ACLARA "Usos y costumbres" HOMOFOBIA EN EL MEXICO ACTUAL

 

Usos y costumbres

9 jun
He visto mucha actitud bíblica recientemente. Me refiero a eso de desgarrarse las vestiduras y lanzar la primera piedra con gusto, con la mano embadurnada de corrección moral. Ya se sabe que uno se desgarra las vestiduras ante algo doloroso, injusto, indignante, y que uno lanza la primera piedra sólo cuando se está libre de culpa. 

Mucha gente, justificadamente, ha criticado con fuerza el incidente del infame joven panista, Juan Pablo Castro, que en el parlamento de la juventud organizado por la ALDF llamara “jotos” a los homosexuales y criticara la iniciativa de ley que desde hace dos años permite el matrimonio entre personas del mismo sexo en el DF.

 Por eso hablo de rasgarse las vestiduras: los reclamos se han dejado escuchar en los medios masivos, así como en las redes sociales y en las pláticas de oficina. Me uno a la indignación: es una vergüenza que este chiquillo pretenda imponer su moral personal y prejuicios al resto del país.


No olvidemos tampoco al gobernador panista de Jalisco, Emilio González, con su “asquito” a los homosexuales, al cultísimo Esteban Arce que comparó la homosexualidad con la “demencia animal”, o al ocurrente Hugo Valdemar, vocero de la Arquidiócesis de México, que aseguró que los matrimonios gays dañaban más que el narco. Todas esas afirmaciones son terribles, dan vergüenza, provocan coraje y expresan harta ignorancia y odio de parte de quienes los profirieron.


Pero no oigo a quienes despepitan en contra del joven Castro decir nada sobre el hecho en que el diputado del PANAL, Héctor Alonso Granados llamara “señorita” y “homosexual discriminado” a un trabajador del Congreso del Estado de Puebla. ¿Eso no estuvo tan mal? Tampoco escucho a los mismos que vociferan contra el niño homofóbico decir ni pío sobre la postulación que hará el Movimiento Progresista al senado de Nuevo León, de Malaquías Aguirre López, cuyas expresiones homofóbicas le valieron el año pasado una reconvención por parte del Conapred, luego de que calificara como “maricones” a los diputados que se abstuvieron de emitir su voto durante una discusión hacendaria. ¿Eso no es homofóbico?


A pesar de nuestras posturas ideológicas, las que sean, en México, como sociedad, todos cojeamos de la misma pata, nos guste aceptarlo o no. Me incluyo en este plural de la primera persona, porque no soy de las que tira la piedra y esconde la mano. Hay personas abiertamente homofóbicas, y otras, por “usos y costumbres”. 

 Quizás no del tipo que cometería un crimen de odio y que quiere negarle a este grupo de personas sus derechos humanos, pero sí del tipo que propicia, propaga y promueve, sin que sea su intención, la homofobia como un estándard de nuestra sociedad.


Por supuesto que al leer esto, muchos levantarán la ceja con indignación y dirán: No, yo no soy homofóbico. Yo estoy a favor del matrimonio gay. Mis mejores amigos son gays. Pero seamos honestos, lector. ¿Ha contado o reído ante una broma sobre judíos, mujeres, homosexuales, negros, gringos, indígenas, personas con discapacidad mental?

 Después de todo, es sólo una broma, ¿no? A ver, sinceramente: ¿No alardean los hombres constantemente de no ser homosexuales, desmentir lo que hiciera falta para que nadie pudiera pensar lo contrario? Hombres, ¿no han  llamado “de broma” a un amigo con alguna de las tantísimas palabras que tiene nuestra lengua para referirse de forma florida a los homosexuales, jugando, retándolo a hacer algo, tal vez? ¿No ha usado como insulto, como sinónimo de cobarde, esas mismas palabras?


El lenguaje es el único medio que tenemos para saber lo que otros piensan y expresar lo que pensamos. Cuando manejamos un lenguaje homofóbico, cuando entramos en esa dinámica que sugiere que ser homosexual es negativo, un ser inferior o abominable: de allí que pueda funcionar como insulto llamarle a otro hombre así, cuando no cuestionamos el lenguaje; al contrario, cuando lo usamos sin más y lo aceptamos, cuando lo propiciamos y lo trasmitimos a las nuevas generaciones, somos cómplices. 

En otras palabras, podremos estar totalmente a favor del matrimonio gay y sin embargo, podemos contribuir a la discriminación contra los homosexuales al fomentar el lenguaje que los violenta, usando sin cuestionar toda la serie de palabras peyorativas contra los homosexuales, haciendo y riendo con los chistes o insultando a otros. 

Podemos escudarnos en “es sólo un dicho”, o “así se dice, pero yo no tengo nada en contra de los homosexuales”. Pero no desestimemos nunca el poder de las palabras, pues las palabras son ideas, son pensamientos, y las acciones derivan de lo anterior.
Decían las abuelas: entre broma y broma, la verdad se asoma. 

Freud estaría de acuerdo con la abuela. Para Michael Billig, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Loughborough, el humor funciona como un muro de contención; esto es, el humor tiene su propia estética, moralidad y política. Por eso nos reímos de ciertas cosas o bien, no nos parece correcto burlarnos de otras. El humor, pues, refleja las políticas de una sociedad. 

Al mismo tiempo, el humor crea lazos, pero también brechas: nos reímos con los que consideramos nuestros iguales (bajo el parámetro que sea), y nos reímos de los que son distintos a nosotros: sea la familia política, los niños del sexo opuesto, los del equipo de futbol contrario, o los que practican una sexualidad distinta a la propia.


El peligro de la risa en las bromas racistas u homofóbicas promueve el antagonismo y la distancia entre quien odia y el sujeto odiado. De acuerdo con Freud, hay un conflicto fundamental entre lo que demanda de nosotros la vida social y las urgencias del instinto. 

La sociedad exige que lo sexual y lo agresivo sean suprimidos: en otras palabras, nuestro entorno social nos obliga a ser políticamente correctos ante los amigos, los parientes, los compañeros de trabajo, los correligionarios, etc. Pero, dice Freud, lo reprimido se termina disfrazando para así poder salir a la luz. Las bromas, al igual que los sueños y los “deslices de la lengua”, son todos deseos reprimidos. Por eso, cuando reímos de algo, a veces ni siquiera podemos explicar por qué lo hacemos. 

Freud decía que el auto-engaño subyace a nuestro disfrute del humor: nos gusta pensar que nuestro humor es moral al igual que nosotros mismos; nos gusta pensar que estamos inocentemente disfrutando de un chiste gracioso, pues después de todo, es “sólo una broma”. Sin embargo, la carcajada socarrona tiene un sonido agresivo que permite un placer momentáneo derivado de algo cruel. No es tan inocente.


Tal cual, las bromas tendenciosas nunca son “solamente una broma”. El ridiculizar a una minoría en un chiste (sean los homosexuales, las mujeres, los judíos, los indígenas, los obesos, etc.) tiene el rol de mantener un orden.

 Nadie quiere estar del lado de los ridiculizados, de los burlados. Así, el que rompe los códigos sociales (y en una sociedad como la nuestra, la norma es ser heterosexual) se expone al ridículo. De allí que el temor a ser ridiculizado y objeto de burla ayude a mantener el orden actual de las cosas. Por eso, para Freud, el humor, lejos de ser un acto rebelde, juega una función muy conservadora en la sociedad. Nos reímos de los otros para que no nos confundan con ellos, para dejar claro que entre ellos y nosotros hay una gran diferencia, que no somos iguales.


Podemos estar o no de acuerda con esta visión freudiana de las bromas. Podemos admitir o no el ser partícipes de bromas que hacen mofa de ciertas minorías, como la homosexual. 

 Podemos o no reconocer que hemos usado el lenguaje homofóbico, de juego o como insulto. Podemos decir que estamos tan imbuidos en la cultura y el lenguaje que no lo notamos, pero que nuestra intención es buena. Lo cierto es que la sociedad la conformamos todos y la homofobia se aprende, no sólo de las sotanas y los púlpitos, sino desde casa, desde los medios, desde los amigos y la gente cercana. Las ideas se transmiten a través del lenguaje. Las ideas se mimetizan. Dice la controversial Camille Paglia que el cambio social no es revolucionario, sino evolucionario.

 Los cambios sociales profundos toman tiempo, pues la cultura sólo puede cambiar poco a poco. Evolucionemos para mejorar: empecemos entonces a limpiar nuestro lenguaje para que no se nos cuele la homofobia ni por la puerta principal ni por las rendijas más pequeñas.

LILIANA V. BLUM 

fuente:http://lilianablum.wordpress.com/2012/06/09/imgres/

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
 
Conozco personalmente a la autora
desde hace varios años, cuando
llegó a Israel a recibir el Primer Premio
Internacional del Concurso de Narrativa
Breve de 'CICLA'. 

La considero mi amiga, mi 'sobrina'.

La admiro como persona fuerte, 
inteligente, talentosa, libre de prejuicios
y simpática, aunque ella a veces niega
lo de 'simpática' .

Este texto me pareció que debía ser
reproducido aquí, para que llegue al
máximo de lectores.

Este BLOG ya superó los 291.600
visitantes en casi 4 años de 
existencia.

FELICITACIONES MI QUERIDA AMIGA
LILIANA POR LA CLARIDAD DE TU
TEXTO .!!!!

Tío JOSE PIVIN
HAIFA, ISRAEL.

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