domingo, 30 de diciembre de 2012

LA MADRE DE TODOS LOS VIVIENTES, del conocido escritor David Slodky, salteño y argentino.



LA MADRE DE TODOS LOS VIVIENTES


“Y llamó el hombre el nombre de su mujer, Eva; por cuanto ella era madre de todos los vivientes.

“Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas 
de pieles, y vistiólos.

“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno
 de Nos sabiendo el bien y el mal: ahora pues, porque no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, 
y coma, y viva para siempre:

“Y sacólo Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado.

“Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de  Edén querubines y una espada encendida que 
se revolvía a todos lados, para guardar el camino 
del árbol de la vida.” (Génesis, Cap. 3, vs. 20-24).





Al día siguiente de ser arrojados, vestidos con las túnicas de piel que Jehová Dios les proporcionara, Adán y Eva amanecen su primera jornada al Este del Paraíso.

Adán está trabajando la tierra, mientras solloza quedamente. Eva, con su mirada perdida hacia occidente,lo escucha en silencio.

-Heme aquí, procurando el sustento con el sudor de
mi frente, cuando hasta ayer bastaba que alargara 
mi brazo para coger de los árboles las delicias frutales con que Jehová Dios nos obsequiara. Ya no podremos bañarnos en las cristalinas aguas del Pisón, ni en los torrentes del Gihón, ni retozaremos como ciervos gozosos y ociosos entre el Hiddekel y el Eufrates. No hay ya piedra cornalina ni bdelio para agasajar nuestros sentidos; sólo espinas y cardos lastiman mis manos. Con dolor comeremos de la tierra todos los días de nuestra vida y sabemos ya que hemos de morir, pues de polvo fuimos hechos y al polvo volveremos. Pero a ti, que me tentaste a comer de donde no debía, a ti, maldita seas, hueso de mis huesos y carne de mi carne, Jehová Dios tiene aún  reservados sufrimientos privativos: se multiplicarán tus dolores y tus preñeces, con dolor parirás nuestros hijos, serás pronta a mi deseo, y yo me enseñoraré sobre ti. Pero no compensa eso mi aflicción. Homo y humus éramos, hombre y hembra éramos, criatura y Creador éramos,  en armonía plena de antemano, sin la angustia de la duda, sin el temor de tomar la decisión equivocada, sin conocer siquiera el cansancio y el dolor que producen el esfuerzo. Todo nos era dado, y por ti todo lo perdimos. ¡Anda! ¡Comencemos nuestra jornada! ¡Ve a buscar agua para nuestro huerto!

Eva lo mira entrecerrando los ojos. Un gesto ensombrece el bello rostro.

-Perdóname, oh señor mío. Pronta estaré a tu deseo, compensaré con mis mieles tus desdichas. Mírame: soy codiciable, pero no tendrás que vivir el infortunio de los celos. Mi saliva tibia te hará olvidar las cristalinas aguas del Pisón; cuando al conocerme tú, entres a mí según la costumbre que  inauguraremos en la tierra, cuando yo te muerda en éxtasis y acelere tu llegada a lo más hondo de mí, los torrentes del Gihón parecerán las quietas aguas de un lago al lado del otro torrente que navegaremos hasta quebrarnos juntos, y llegar al dulce sosiego luego. No retozarás entre el Hiddekel y el Eufrates, pero lo harás gozosamente entre mis piernas y mis pechos, entre mi lengua y mi garganta, entre mis grietas y mis montes, y conoceremos otro Edén más magnífico que el que Él nos ofreció.

Así habló Eva, y su rostro tembló y la punta de sus pechos turgieron la túnica con que Jehová Dios la recubriera.

Adán la mira. Siente ebullecer su sangre de una manera que nunca antes. Presto está a sumergirse con ella en el torrente prometido, cuando el recuerdo de lo perdido vuelve a aquejarlo.

-Ya me tentaste una vez, varona, y caí. ¿Me estás tentando de nuevo, para perder ya qué? Nada me queda por delante, salvo llanto, esfuerzo y añoranza de lo perdido.

Eva lo mira ahora con ternura.

-Varón mío, soy hueso de tus huesos y carne de tu carne. Sólo uniéndote a mí te realizarás plenamente, liberándote del vínculo primordial que te liga a la madre tierra de la que fuiste hecho. No te equivoques, como seguramente muchos se equivocarán  en el devenir de los tiempos al juzgar nuestra conducta: no caímos, sino que fuimos salvos. ¿Acaso no fue dicho “dejará el hombre a su padre y a su madre, y allegarse ha a su mujer, y serán una sola carne”? ¿Quién es tu padre, sino Jehová Dios? ¿Quién es tu madre, sino la tierra de la que Te Hizo? ¿Quién es tu mujer, sino yo? Pues has dejado la tierra donde te hicieron y has dejado a Jehová Dios que te hizo, cumpliendo así lo que Él estableció, aunque luego Él Se Enojare, evidenciando su Poca Consistencia. Sólo falta que te allegues a mí. Piénsalo un momento: nos hizo a Su imagen y Semejanza, y por eso mismo, para ser a Su Imagen y Semejanza, comimos del árbol de la Ciencia, y desde entonces somos como dioses, sabiendo el bien y el mal. Y si nos sacó de Edén fue para que no alargáramos nuestra mano y tomáramos también del árbol de la vida y vivamos para siempre, pues entonces no seríamos como dioses, sino que seríamos dioses.

Adán frunce ahora el entrecejo.

-Tienes el verbo fácil, Eva, pero me confundes. ¿Has tomado acaso la astucia de la serpiente? Me dices que somos como dioses, pero no somos dioses. ¡Qué somos, entonces!

-Somos humanos, Adán, humanos. Varón y varona, hombre y mujer. Somos como dioses, pero no somos dioses. No estamos terminados. De cada cosa que hizo Jehová Dios, vio y dijo que era bueno. Pero no lo dijo de nosotros. Porque no somos bueno ni malo. Estamos abiertos. No nos está todo dado, habremos de conquistar o de perder nuestro albedrío y libertad, lograremos o derrocharemos nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos, sin tutelas. Nos liberaremos con miedo de ataduras o nos ataremos creyendo estar así más seguros. Sí, nos espera la duda y el error, la angustia y la esperanza, el logro y el fracaso, lo sublime y lo bastardo, lo ubérrimo anhelado, y lo siniestro abominado. Lo humano, Adán, todo lo humano. ¡El destino incierto que habremos de forjar! Seremos lo que seamos capaces de hacer con lo que Jehová Dios hizo de nosotros. ¡Nos espera una expectativa ávida, dudosa, precaria, fortuita; vinimos de la nada y hacia la nada vamos, hacia lo que no sabemos todavía qué será, hacia lo  que no sabemos que habremos de conquistar… o de perder!

Adán la mira, ahora estupefacto.

Y Adán y Eva se acercaron entonces el uno al otro, como si un imán los atrajera, descorrieron las túnicas con las que Jehová Dios cubriera sus jóvenes cuerpos y celebraron su nacimiento humano, sumergiéndose en saliva tibia, en grietas y protuberancias, en semen mítico y semítico entre piernas y pechos sudados, lenguas gozosas, gargantas cobijantes,  montañas erguidas, montes enmarañados  excitantes y excitados,  encajes rítmicos, jadeantes, jubilosos. “Mi lu, mi luar, mi mito, mi lubisita nimia, mi lubísnea, mi golocidalobe…” musita Adán, alucinado, y no sabe de dónde le nacen esas expresiones que pronuncia como un rezo.  

Una inútil espada flamígera se revuelve a todos lados,   guardando tontamente -junto a innecesarios querubines- una entrada que Adán y Eva jamás intentarán trasponer. Jehová Dios los mira, pensativo.

fuente: recibido directamente del Autor, al que agradezco y felicito por su labor literaria-cultural en las provincias del Noroeste argentino, especialmente Salta.


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