miércoles, 9 de octubre de 2013

ESPAÑA- LIBROS:Los caminos inéditos de Brassens-Se publica por primera vez en España una obra que reúne el pensamiento e ideario del poeta y cantautor francés


 
 
 
 
 
 
 
 
Día 07/10/2013

 
«En mi pueblo, sin pretensión, tengo mala reputación. Haga lo que haga es igual, ¡me toman por un no sé qué! Yo no hago, sin embargo, daño a nadie siguiendo mi camino de buen hombre». Así comienza «La mala reputación» (1952), una de las canciones más conocidas de Georges Brassens (1921-1981) y de la que toma título «Los caminos que no llevan a Roma» (Navona), libro hasta ahora inédito en España que recoge las «Reflexiones y máximas de un libertario». Con un fantástico prólogo del editor Jean-Paul Liégeois, la obra muestra al Brassens más auténtico, al poeta sin estigmas, al hombre transparente, al brillante autor, al vecino de Sète… a través de breves frases, poemas en esencia, filosofía en monodosis.

Ética y música

¿Y cómo dibuja Brassens «Los caminos que no llevan a Roma»? Pues a través de reflexiones sobre los sueños, la resistencia, el amor, el individuo, la lectura, la escritura, la canción, la muerte… la vida, al fin y al cabo. Una vida, la de Brassens, que en absoluto fue la de un «pensador», como explica Liégeois en el prólogo: «Nunca ha tenido la desfachatez de reivindicar semejante estatus. Tenía en estima la ironía y la burla de sí mismo, adoraba salirse por la tangente, le entusiasmaba despistar al personal». Y es que, Georges Brassens «no ha sido y no será nunca un simple artista de “varietés”, un cantante ordinario intercambiable por otro». Porque, como este libro demuestra, «atravesando su vida y sosteniendo su obra, discurre un hilo conductor» que no es otra cosa que su ética.



 
En dicha ética no hay afirmaciones rotundas ni certezas absolutas e inquebrantables, pero sí la genialidad del que fuera uno de los mejores poetas franceses contemporáneos, cuya huella permanece imborrable desde su muerte hace ya más de treinta años. Estas «Reflexiones y máximas» estaban esparcidas por cuantas huellas Brassens dejó en vida, pero una ardua labor documental ha permitido su recuperación de prólogos, entrevistas,
 
Portada del libro
 
improvisadas conversaciones, crónicas, borradores… Una vez reunidas (y leídas), queda claro que el autor de «Ballade des dames du temps jadis» nunca se desdijo y siempre fue fiel a sí mismo, pues, como en su día advirtió, parecía seguir «la senda tradicional, más no por ello pienso igual».
 

En dicha ética no hay afirmaciones rotundas ni certezas absolutas e inquebrantables, pero sí la genialidad del que fuera uno de los mejores poetas franceses contemporáneos, cuya huella permanece imborrable desde su muerte hace ya más de treinta años. Estas «Reflexiones y máximas» estaban esparcidas por cuantas huellas Brassens dejó en vida, pero una ardua labor documental ha permitido su recuperación de prólogos, entrevistas, improvisadas conversaciones, crónicas, borradores… Una vez reunidas (y leídas), queda claro que el autor de «Ballade des dames du temps jadis» nunca se desdijo y siempre fue fiel a sí mismo, pues, como en su día advirtió, parecía seguir «la senda tradicional, más no por ello pienso igual».

Gracias al libro descubrimos que, para Brassens, su infancia «es el mar en el que nadaba a menudo» y que él mismo se consideraba «¿Un niño? ¿Un forastero que vaga por este mundo? Los dos, seguramente». El poeta creía que lo más difícil en la vida era «ser uno mismo» y «tener suficiente carácter como para seguir siéndolo», y hacía canciones «para no pensar demasiado en la soledad». Eso sí, aunque en la canción se otorgaba «todos los derechos», en la vida, «no es lo mismo...» y odiaba «viajar a cualquier otro lugar que no sea el interior de mi alma». Sin embargo, no le interesaba analizarse y «analizar las razones por las que canto, por las que trato tal o cual asunto: hablar de la muerte, hablar de la vida, hablar del amor, hablar de la cosa social...».

Vida muy particular

Esa forma tan particular de ver la vida le llevó a creer que «las cosas que se inventan, que se crean, que se añaden, son más importantes que las cosas reales» y por eso prefería el mundo que él mismo había construido y aseguraba con desazón que «lo único que nos queda de la civilización es la poesía». De ahí que no quisiera tener hijos, «porque no quería introducirlos en un mundo que, a fin de cuentas, me disgusta». «Si se me encargara hacer el mundo, creo que dimitiría», llegó a decir. El porvenir, según Brassens era «preocupante», pero nunca trató «de imponer una idea a nadie»: «Nadie tiene derechos sobre nadie».

En ese devenir del porvenir, Brassens necesitó «amara y ser amado», eso le bastaba para «seguir vivo» hasta su propia muerte, pero tenía claro que su «vida privada no incumbe a nadie, ni siquiera a mí». Y eso que las únicas cosas de las que estaba seguro eran sus «incertidumbres». Sentía «la huida del tiempo a cada segundo» y se limitaba a contemplar a quienes vivían a su alrededor. Eso le bastaba para «hacer filosofía»: «todo está en eso, toda la filosofía está allí». Así hasta la muerte, su «tormento» y «gravedad más íntimas». No obstante, «al aceptar vivir, he aceptado morir». Como aseguraba con gracia el autor francés René Fallet, amigo de Brassens, (1927-1983), «la voz de este tipo es algo poco frecuente y que traspasa el croar de todas las ranas del disco y de donde sea». Lean y comprueben que no es un desatino seguirle en su camino.
fuente: DIARIO ABC.es 

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